Uno de los primeros poemas, que en las funciones del colegio recité.

Lo recuerdo como mi primera experiencia escénica. La gente, el público, fueron repitiendo al final de cada estrofa Pomporé… se transformó en el primer espectáculo de cabaret de mi vida, rompiendo la cuarta pared en un juego de ping pong escénico con el público. Un recuerdo luminoso como una luciérnaga o un Big Bang.

EL POMPORÉ


de José Antonio Ochaíta

 

Doña María Cristina trajo a España, el Pomporé.

¿Jesús y qué cosa es eso?


Infelices, ¿No sabéis cuál es la sal de la vida?

No sabemos.

Óyeme, que en la sinrazón a veces,

la razón suele prender.


El Pomporé estaba suelto,

Ay, gran Francisco José,

por los palacios de espejo

por los jardines también.

¿Era un perfume?

No.

¿Era una moda?

No

¿Pues que fue?

Pues fue lo que no se dice más que en eso.

Pomporé.


Es aquello que miramos y que casi no se ve.

Es el paso menudito, ligero, aligero,

es, la sonrisa siempre apunto, por todo y nada a la vez.


Es el sombrero historiado con pluma y pájaro y pez

y el mechón de pelo rubio sobre el nácar de la sien,

y el abanico en otoño sin saber por qué, por qué,

y el convite de bizcochos, uvas y marrón glacé.


Una nube de tul leve con lentejuela de Argel, tapando el hombro desnudo,

Pomporé.


Un escote con camelias dejando casi entrever la tibia canal del seno,

Pomporé.


Un adiós largo, muy largo cuando se marcha el cupé a las cinco de la tarde,

Pomporé.


Sonrisa a la infanta Eulalia, rumbo a la infanta Isabel, oración la infanta Paz,

Pomporé.


Y en apertura de cortes de la mano el niño rey, la regente en raso malva,

Pomporé.


Doña Cristina lo trajo envuelto en un vals vienes, y Cánovas y Sagasta lo ven, pero no lo ven.

Las marrajas españolas deponían su altivez, porque les iba ganando poco a poco

el Pomporé.


Y los barbianes de España al seguir a una mujer, ¡Ay, corte de Alfonso XII!, buscaban

su Pomporé.